Las aficiones como pasatiempo





(Artículo escrito para la revista Valle, que no descartamos que vea la luz algún día)

Finalmente, no me he podido librar de tener una afición, y esta es la ebanistería. Hasta hace poco, creía que sería posible no llenar necesariamente el tiempo libre con el golf, la restauración de antigüedades o la vela. Sin embargo, era sólo una cuestión de tiempo.
Así, al final he descubierto que también yo soy capaz de dar la tabarra a un amigo explicándole con deleite, le interese a mi amigo o no, la difícil operación de convertir un tablón de cerezo en una exquisita pieza. ¡Qué inefables sensaciones me recorren cuando tengo entre las manos mi magnífico cepillo –ese que compré por catálogo tras sopesar una y mil veces sus cualidades– y con él saco una viruta que, enroscándose sobre sí misma, parece que me dice: “tú has hecho esto, sí, has sido tú”.
Habrá quien considere la ebanistería una afición rara, pero seguramente no más que otras. Con la excusa de hacer ejercicio, algunos son capaces de perseguir durante horas una pequeña bola blanca, cargando una bolsa pesadísima llena de palos y hierros. Para un profano en la materia, no es fácil entender qué hace una persona en su sano juicio un sábado a la hora de la puesta del sol en el extremo más remoto de un inmenso campo de golf.
Ahora que sé lo que significa pasar la yema de los dedos por la superficie refulgente de mi cepillo, estoy seguro de que aquel amigo loco por el golf habrá colocado con cuidado alguna que otra vez esa bola sobre su mesita de noche antes de irse a la cama. Suponiendo que esto haya sido así, esa noche mi amigo, protegido por su talismán, habrá dormido mejor de lo acostumbrado. Por la mañana, al despertarse, habrá acariciado la bola, reconociendo los arañazos de los palos e incluso de la hierba. Incluso me atrevo a creer que, a lo largo del día, mi amigo habrá soportado mejor los problemas que, sin duda, se le habrán ido presentando poco a poco.
¿Qué es más o menos raro en estas aficiones? Sólo lo que desconocemos, porque vistas desde cada quién, es difícil decir cuál es más rara. Hay unos que madrugan para ir de caza, y la noche anterior engrasan y revisan la escopeta, y así podríamos hablar de un sinfín de aficiones. Hasta hay algunos que emplean su tiempo libre dirigiendo periódicos. De todo hay en la viña del Señor.
Me comprometí a escribir esta sección sobre las aficiones, un poco para ver si era capaz de desentrañar por qué nos entregamos a pasiones tan alejadas –¿aunque quizá no lo son tanto?– de nuestros trabajos. Estoy seguro de que la antropología ha estudiado este tema, pero os aseguro que no he leído absolutamente nada concreto sobre este tema. No se trata de analizar el tema desde un punto de vista científico, sino de comprobar si los lectores de Valle tienen aficiones y viven algo parecido a lo que aquel amigo experimentaba en aquella fría tarde de invierno.
Es James Krenov, exquisito ebanista de origen ruso que aboga por el “amateurismo” como única forma posible de purificar un oficio, quien nos da la clave de qué significan las aficiones o, mejor dicho, qué sentido tienen. Según él, son precisamente los aficionados desinteresados los únicos capaces de hacer algo del modo más puro. Un deportista aficionado nunca recurrirá al dopping, porque lo contrario sería como hacer trampas en el solitario, y un mecánico aficionado empleará cien veces más tiempo que un profesional en fabricar una pieza, porque la prisa no significa nada para él.
Tengo curiosidad por descubrir las claves del que corre el maratón año tras año, lo mismo que las del aficionado al vuelo sin motor. Y si cierra la escuela de vuelo de ese aficionado a la navegación aérea, aún podrá refugiarse en el manejo de aviones a escala, y es probable que disfrute como si fuera él el que estuviera volando.
Alguien dijo que todo esto de las aficiones es cosa de hombres, y es posible que sea verdad. Se me ocurre que las aficiones estarían relacionadas con actividades que seguramente fueron comunes y necesarias en el hombre primitivo: construir barcos, muebles, objetos de todo tipo, escalar montañas, navegar, etc. Aunque penosas, estas actividades tuvieron que significar para el hombre la íntima satisfacción de haber hecho algo útil con sus manos, aunque ese algo no tenga mucho sentido hoy. Esta cuestión está muy bien expresada en la película Único testigo, dirigida por Peter Weir, en la que un bronco policía, cuyo papel encarna Harrison Ford, esconde una afición secreta, precisamente la carpintería. En correspondencia con la dureza del mundo actual, el hombre muestra su oficio más duro, perseguir y aporrear delincuentes, pero en contacto con los amish, unos chiflados que viven anclados en el mundo del siglo XVII, ese mismo hombre muestra su habilidad en el ejercicio de un oficio supuestamente más noble.
En sucesivas contribuciones de esta misma sección, espero desgranar algunas claves de otras aficiones, quizá con alguna entrevista en la que podamos corroborar si las hipótesis que planteo aquí son correctas o no. No se desesperen las mujeres, que también habrá temas femeninos. Pensemos en actividades tan compulsivas como jugar a las cartas, hacer punto o pintar cuadros al óleo. Antes también había afición por confeccionar tartas, aunque, la verdad, no sé si se puede considerar viva, aparte del caso de la madre de Piggy Winks, que, como es bien sabido, hace la mejor tarta de limón del mundo.

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